
Decía Paul Newman (que para conseguir el Oscar tuvo que esperar a su séptima nominación, viendo en las otras seis como se lo llevaban otros ante sus narices) que a fuerza de palos, uno aprende a controlarse y aceptar la derrota con cara de póker. A los aficionados al comic nos pasa lo mismo; tras años de soponcios y amarguras, uno entra en una librería, pregunta el precio de Persépolis, y en lugar de exponer en voz alta lo que pasa por su cabeza tal y como haría cualquier persona normal, a saber:
"¿Cuántoooooooo? ¿Dos mil quinientas púas por este cuadernillo de mierda? ¿Estás borracho, ladrón de los cojones? ¿Por qué no se lo vendes a tu puta madreeeeee?"
...se limita a permanecer impasible, sin mover un sólo músculo del rostro, y dar la respuesta acostumbrada:
"Ya...Bueno...Me lo llevo".
(Profesional que es uno).
Si el infierno posee diferentes niveles, tal como nos dicen los clásicos, no cabe duda de que en el más profundo de ellos, por debajo de pederastas, asesinos en serie, violadores, terroristas, genocidas y dictadores sanguinarios (todos ellos seres de mejor ralea) estarán los editores de comics, como justo castigo a su maldad. Y si la estupidez tiene grados, el aficionado a los comics se encontrará en la cúspide de la escala, con el recto destrozado por la sodomización continua (yo necesito un flotador para sentarme desde que empecé a comprar comics) sin tan siquiera la mísera vaselina que supondría una rebajita en los precios (aunque sólo sea por saber que se siente cuando no te roban, que debe ser bonito, oiga...).
Valga esta introducción como desahogo por el obsceno precio adjudicado por Norma ("Ladrones por Norma", ese es su lema) a este comic book en blanco y negro que, para colmo, es el primero de una serie de ¿cuatro? en lo que parece (que me corrija alguien si me equivoco) una maniobra más de la Reina de las Rapaces Editoriales para exprimirle el jugo económico a una obra que podría perfectamente haber sido publicada de un tirón, en un tomo tipo Maus,sin tanto estiramiento.

Ganador del premio al mejor guión en Angoulême y suscitador de elogiosos comentarios de fuentes tan serias como el diario francés Liberation (como se apresura a citar la banda publicitaria que acompaña al comic), Persépolis es una obra escrita y dibujada por una autora iraní de nombre algo complejo (Marjane Satrapi, o algo por el estilo) que recopila sus recuerdos infantiles sobre un período especialmente turbulento de la historia de su país: el que, con el 1979 si no recuerdo mal como punto de inflexión, contempló el paso de la dictadura monárquica del Sha a la dictadura teológica de Jomeini.

Hace poco hablaba en el foro de cine acerca del concepto de "cine necesario", aplicado por muchos críticos a aquellas películas que, independientemente de su calidad, por el simple hecho de tratar de temas "serios" e "importantes" como el paro, la injusticia social, la crítica a las dictaduras de la Historia o la denuncia de la corrupción gubernamental, basándose a menudo en hechos reales, ya merecen un trato de favor crítico frente a la "fantasía irrelevante" de otras películas quizá artísticamente más logradas pero que, al tratar de temas más "livianos", no son tan "necesarias" para educar a las masas, mostrándoles Las Verdades de la Vida.
No me cabe la menor duda de que, a ojos de los que generalmente miran al comic por encima del hombro, Persépolis es un comic "necesario", y que por eso ha alcanzado respetabilidad. Aquí no nos hallamos ante bobaditas de hechiceros, superhéroes, naves espaciales, animales parlantes y similares, señores míos; esto es Historia, esto es Denuncia, esto es Importante y Trascendental, como Maus o Gorazde. De ahí su repercusión entre Gente la Pera de Seria que sólo pierde su tiempo fijándose en un comic si tiene pedigree de Obra "Necesaria". De lo contrario, habría pasado sin pena ni gloria ante sus ojos, fijo.

Satrapi no es una buena dibujante. Sus viñetas son rutinarias, sus dibujos planos y estáticos, poco expresivos, y en conjunto están en la onda, sirva como referencia aproximada, de nuestro Mauro Entrialgo (cuya agudeza como humorista y observador de la fauna urbana admiro sinceramente, no así su dibujo; para gustos...). Ahora bien, Persépolis tiene una ventaja; aunque su dibujo tenga la simplicidad del de una niña de nueve años, da la casualidad de que se supone que la obra reconstruye el diario de una niña de nueve años. Esto es, que esa carencia de soltura y creatividad gráfica, paradójicamente, encaja como un guante en las características concretas de esta obra, y contribuye a hacerla más creíble, asociada como está en su guión a una narración en primera persona de tono voluntariamente inocente, de adulto que reproduce los pensamientos ingenuos de una niña. Del mismo modo que el punto de vista de una mente incapaz de darse cuenta de toda la trascendencia de lo que ocurre a su alrededor impacta más que la de un adulto plenamente consciente de lo que contempla, también la viñeta que con trazo infantil reproduce la tortura de un preso político con una plancha ardiendo (sin que se vea sangre, sin impactantes onomatopeyas, sin el realismo detallista de un grafismo "adulto") impresiona más que su equivalente "elaborado", como impresionan más los dibujos torpes de un niño del que han abusado sexualmente que representa a su padre como un monigote monstruoso, por lo que implica de horror oculto, de huella a fuego dejada en un ser inocente, que cualquier fotografía relacionada con el tema.
Los dibujos sencillos de Satrapi logran, en consecuencia, el mismo efecto que los animales antropomorfos de Spiegelman : Mostrar el dolor, la injusticia, el miedo, la desgracia de todo un pueblo sojuzgado de una forma distinta al hiperrealismo gráfico que supuestamente requieren estos temas, pero no por ello menos estremecedora. Y es ahí donde radica su mayor mérito. Satrapi elude la pompa en su denuncia, el grito descarnado, la proclama rimbombante, y escoge la vocecita tenue, la mirada limpia y la mentalidad ingenua de una niña, de la niña que ella fue. No abusa de los datos históricos, de los grandes acontecimientos, y adopta un tono intimista, familiar, que se centra en cómo afectaron esos hechos trascendentales a su vida particular y a la de las personas de su entorno. Renuncia a la Historia, con mayúsculas, y opta por la historia, en minúsculas, la de puertas para adentro, como eje de su relato, lo cual le dota de un calor humano, de una emotividad que no tendría un enfoque más "documental".

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1 comentario:
Muy buena crítica, me gusta el contenido, el tono y la sinceridad.
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